Golpeas las
ventanas con los puños desnudos. Los pañuelos que usaste para protegerlos ya
están demasiado ensangrentados para envolver tus manos. Las telas ya no tienen
ojos. Están hartas de escuchar. Querrías poner el silenciador a tus gritos,
pero no alcanzas tus cuerdas vocales. Así que aprietas los labios y recoges con
horquillas las arrugas de tu rostro frustrado.
Nunca te
gustó esta historia. El tiempo no es lo tuyo, ni los eufemismos sociales.
Disfrutabas con el desorden de tu caótica vida. Eras libre.
Pero te
atrapó, oprimiendo tu realidad inventada; y te alejó de tu feliz engaño.
Y ahora estás
perdida entre jeringuillas y pastillas. Huyes esperando que te sigan, como
solían hacer. Pero se han cansado de seguirte, y tú no sabes cómo volver.
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