miércoles, 5 de octubre de 2016

Tu avioneta

La lluvia desciende,
tenue,
arando, con lágrimas,
la luz de tus mejillas.

Tú levantas la mirada
y surcas el cielo
con la punta de los dedos,
dibujando tirabuzones
con las uñas quebradas.

"Estoy vivo y estoy muerto",
dices
en un susurro,
casi tan fugaz
como la lluvia
que te acaricia ya los labios
y se intenta colar en tu garganta.

La noche se ha adueñado de tus pupilas
-pozos negros de agua oscura
que te ahogan ya los cielos
que una vez pintaste
tras las alas-.

"Quiero volar",
piensas.
Y te miro,
y no dices nada.

Llévame contigo
en tu avioneta
de noche estrellada.
Llévame
donde construiste los sueños
que te cuelgan
de las pestañas.

Llévame,
y deja que transforme en pájaros
las arañas,
y derrita el hielo
que desequilibra
tu avioneta de plata.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Pérdida

Dos veces repetí tu nombre.
Dos veces.
Como en eco.
Y mi voz parecía fundirse con el horizonte
como si el viento lo silbara
y las olas dibujaran
tu figura
entre hilos de sal
y agua oscura.

Dos veces miré entre las nubes,
como buscando tu mirada evaporada
como tratando de encontrarte dibujada
a ti y a tu silueta anaranjada
justo antes de que la penumbra
devorase toda la luz
de mi esperanza.

Aquella noche pareció más oscura,
más silenciosa, más solitaria
que nunca.
Aquella noche mi cama
se volvió tabla,
y mi cuerpo endurecido
se cubrió de escamas.
Los párpados recogidos
con pestañas
y las encías apretadas
para encerrar la rabia,
la angustia, la falta.

Y así pasaron los días,
las semanas.
Meses destiñendo de negro
los sueños
cosidos a las sábanas,
enterrando mariposas
bajo la cama 
y quitándome el luto
frotando la piel quemada.

Y ya no te llamo más que a veces,
con voz apagada,
en sueños y con boca cerrada,
dejando charcos de sal

sobre la almohada.

sábado, 9 de julio de 2016

Violencia acallada con violines

Golpeas las ventanas con los puños desnudos.
Los cristales se te clavan
y te crecen bajo las uñas,
como miembros afilados
que te arañan la tez.

Hace tiempo que arrojaste
las vendas que te cubrían las heridas
a la alcantarilla
que escondes bajo tu cama.
La misma que llena de sombras verdes
tu sueño despierto
y te cubre con esquirlas
las pestañas.

Ya no te servían las telas sin ojos.
Demasiado permeables.
Demasiado blancas.
Demasiado encharcadas
para envolver tus manos.
Estaban hartas de escuchar.

Te escondes bajo las sábanas
como asustada del alba.
Como si la luz ardiera en los cristales
que te crecen bajo la carne,
y se te clavan.

Querrías poner el silenciador a tus gritos,
pero no alcanzas tus cuerdas vocales.
Así que aprietas los labios
y recoges con horquillas
 las arrugas
de tu rostro frustrado.

Es violencia
acallada con violines,
con sonrisas de día
cosidas en las mejillas
con hilo de vapor.

Nunca te gustó esta historia.
Los relojes no eran para ti.
"Los pájaros vuelan", decías,
"no caminan agitados
para respetar intervalos
marcados
por esferas
de metal".

Eras libre, te decías
en el desorden
de tu caótica vida.

Pero te atrapó,
oprimiendo tu realidad inventada;
y te alejó de tu feliz engaño.

Y ahora estás perdida
entre las horas, los minutos,
las luces y multitudes,
El ajetreo estridente
de pitidos
en los oídos.
Y las noches,
eternas.
de sudor en las sábanas,
y arañas en los párpados.

Huyes,
esperando que te sigan,
como solían hacer.
Pero se han cansado de seguirte,
y tú
no sabes cómo volver.