martes, 27 de marzo de 2012

Sal.


Esbozas siluetas de luz en las olas negras, alzadas de frustración y rebeldía, y sostienes sus cuerpos con tus manos blancas. Sonríes al viento con suaves caricias, y aclaras la opacidad de la rendición tras la tormenta. Consuelas y salas el agua del océano, vasta y profunda, pesada y solitaria. Dibujas caminos de formas sobre la tela arrugada cuando algo cruza sobre ella. Te asieres a las rocas de los acantilados, y te adhieres a ellas, cubriendo sus poros, completando su superficie.

Eres invisible y te muestras. Inaudible y susurras. Intangible, y te deslizas, burbujeando. Penetras en el aroma del mar. Eres su definición, permanente pero cambiante, disuelta en el mar.

Y sin él cristalizas, y tu flexibilidad se vuelve rígida y tus caricias duras, y tu sabor hiriente.