Esbozas
siluetas de luz en las olas negras, alzadas de frustración y rebeldía, y
sostienes sus cuerpos con tus manos blancas. Sonríes al viento con suaves
caricias, y aclaras la opacidad de la rendición tras la tormenta. Consuelas y
salas el agua del océano, vasta y profunda, pesada y solitaria. Dibujas caminos
de formas sobre la tela arrugada cuando algo cruza sobre ella. Te asieres a las
rocas de los acantilados, y te adhieres a ellas, cubriendo sus poros,
completando su superficie.
Eres invisible
y te muestras. Inaudible y susurras. Intangible, y te deslizas, burbujeando.
Penetras en el aroma del mar. Eres su definición, permanente pero cambiante,
disuelta en el mar.
Y sin él
cristalizas, y tu flexibilidad se vuelve rígida y tus caricias duras, y tu sabor
hiriente.