jueves, 17 de octubre de 2019

Tus ojos (recuerdos de Benarés)

Tus ojos son un mundo lleno de sueños.
Son oscuros, de terciopelo
y ondean como quietos,
como llenos.

Tus ojos esconden destellos
que exhalan silencio.
Son tan negros
que apagan siseos
y todas las rumias
que se comen los sueños.

Sólo eres un niño
y tus ojos ya cantan mantras
al infinito
cuando apenas hace un suspiro
que renaciste de sus entrañas
para llenar de viento
un cuerpo
con menos carne
que huesos.

Tus ojos son tan grandes
que te cubren las mejillas
y parecen flotar sobre las piras
de cráneos sin nombre
y bocas sin dientes,
de manos vacías,
de parias, de sabios
de gentes.

Tus ojos los miran,
despiertos,
y parecen susurrar a los muertos
como llamas reencarnadas
en el Dios de la Serpiente.

Vuelve a mí tu rostro cenizo
y déjame mirar tus ojos eternos
sólo un momento.

Déjame inhalar su luz
y ser tierra
y sexo
y silencio.

Sangre y espuma

I

Bajo el sol poniente
el agua se ondula
tejiendo vestidos de seda y perlas
sobre la verde espuma.

Ya vislumbra, a lo lejos,
la quietud de las altas dunas,
su mirar desafiante
y el brillo de su blancura.

Ya respira su aroma especiado.
Apenas un matiz de acre
que araña el aire
como en un grito ahogado.

Sopla la brisa entre las nubes bajas
silbando canciones de sangre
y profecías de sales y danzas.

El mar se revuelve, hambriento,
burbujeando impaciencia y deseo
mientras se viste para el encuentro.

Teje hilos finos
de verdes, turquesas,
naranjas y rojas telas,
y cose entre sus pliegues
espejos de plata y nácar
que tintinean con su vaivén
como campanillas estrelladas.

Bajo sus vestidos de seda y plata
sus senos se hinchan
y se cubren de sal,
arrastrándose, en olas,
y llenando el horizonte
de curvas temblorosas.

Ya casi saborea la arena.
Ya casi acaricia su superficie convexa
inhalando su grano
y lamiendo sus piedras.


II

La tarde pinta lunas de bronce
en los costados de las blancas dunas.
Su pálida tez se ensombrece
al esconderse el sol entre las olas convulsas.

Silba la brisa y disipa la bruma
anunciando sedas y sombras,
verdes y malvas,
muerte y espuma.

Oh tierra,
agarra tus piedras,
esconde tus conchas
y retén tus arenas,
que viene la noche
cubierta de perlas.

Llega a la orilla
un húmedo aroma
a sal y corales
y tierras exóticas.

Las dunas, rebeldes,
se mueven, nerviosas,
arqueando arenales
y exhalando sales y conchas.

Susurran las olas
con sales y espinas
canciones de bailes,
de sexo y heridas.

Las dunas se alertan
y agarran sus piedras
como Ulises huyendo
del canto de las sirenas.

Pero la noche despierta
sobre los últimos rayos
de luz rojiza
y el mar ya ha llegado a la orilla.


III

La luna sonríe,
expectante,
llenando el mar
de polvos y brillantes.

Ya rompe en la orilla
la primera línea de espuma,
dibujando lenguas negras
sobre las dunas.

Con manos expertas
pellizca la arena,
lame sus conchas
y muerde sus piedras.

Y con cada roce,
las aguas burbujean
removendo la arena
y erizando su piel
áspera y seca.

Se deslizan, se cruzan,
se arrastran y retroceden
arrancando a la tierra
su sed, su firmeza
y su vientre.

La brisa silba cada vez más fuerte
y las aguas ondean
en altas curvas
que avanzan ansiosas
cubiertas de sal
y de muerte.

Rompe el mar
a golpes de furia
mordiscos salvajes
de verdes y espumas
que parten las piedras
y amasan las dunas.

Rompe el mar
a golpes triunfantes
y araña la orilla
cubriendo las piedras
de blanca saliva.

Al amanecer
la marea se retira
dejando sólo restos de algas,
sólo restos,
y la espesa espuma blanca.

Y la tierra, desvalijada,
agotada y empapada
ya no es firme,
ya no es tierra,
ya no es nada.



martes, 21 de febrero de 2017

Cicatrices

Humo en las sienes
me llena de oscuridad la calavera
y me hunde los párpados
a picotazos carpinteros.

Niebla en las pupilas estancadas
que empapela las heridas congeladas
cubriendo con vaho
las cicatrices.

Una cascada en el pecho
refrenada por una presa
de músculos entumecidos.

Prisionera
bajo una armadura
de piel y hueso.
Me encarcelo en mí misma.
Me desdoblo hacia adentro.

Prisionera,
como prisioneras son las fuentes
que no dejan correr el agua
y llenan de cal y tierra
las estatuas.

Porque el silencio no acalla las voces
ni encierra las sombras
que acechan la noche.

Porque el tiempo no aplaca recuerdos,
los difumina a gruesas pinceladas,
plateando los cabellos,
y oxidando las miradas,
llenándolas de vértices cansados,
de sacos de sueños rotos,
que cuelgan,
como lágrimas,
como souvenirs de noches en vilo
y de estrellas apagadas.


miércoles, 5 de octubre de 2016

Tu avioneta

La lluvia desciende,
tenue,
arando, con lágrimas,
la luz de tus mejillas.

Tú levantas la mirada
y surcas el cielo
con la punta de los dedos,
dibujando tirabuzones
con las uñas quebradas.

"Estoy vivo y estoy muerto",
dices
en un susurro,
casi tan fugaz
como la lluvia
que te acaricia ya los labios
y se intenta colar en tu garganta.

La noche se ha adueñado de tus pupilas
-pozos negros de agua oscura
que te ahogan ya los cielos
que una vez pintaste
tras las alas-.

"Quiero volar",
piensas.
Y te miro,
y no dices nada.

Llévame contigo
en tu avioneta
de noche estrellada.
Llévame
donde construiste los sueños
que te cuelgan
de las pestañas.

Llévame,
y deja que transforme en pájaros
las arañas,
y derrita el hielo
que desequilibra
tu avioneta de plata.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Pérdida

Dos veces repetí tu nombre.
Dos veces.
Como en eco.
Y mi voz parecía fundirse con el horizonte
como si el viento lo silbara
y las olas dibujaran
tu figura
entre hilos de sal
y agua oscura.

Dos veces miré entre las nubes,
como buscando tu mirada evaporada
como tratando de encontrarte dibujada
a ti y a tu silueta anaranjada
justo antes de que la penumbra
devorase toda la luz
de mi esperanza.

Aquella noche pareció más oscura,
más silenciosa, más solitaria
que nunca.
Aquella noche mi cama
se volvió tabla,
y mi cuerpo endurecido
se cubrió de escamas.
Los párpados recogidos
con pestañas
y las encías apretadas
para encerrar la rabia,
la angustia, la falta.

Y así pasaron los días,
las semanas.
Meses destiñendo de negro
los sueños
cosidos a las sábanas,
enterrando mariposas
bajo la cama 
y quitándome el luto
frotando la piel quemada.

Y ya no te llamo más que a veces,
con voz apagada,
en sueños y con boca cerrada,
dejando charcos de sal

sobre la almohada.