Eras difícil.
Tanta pasión en una sola boca, que incluso estornudando era estruendosa. Debiste
ser terroríficamente intenso. Pero yo no te conocí así. Es triste describir un
recuerdo sincero, ahora. Para mí sólo eras un hombre preocupado por el pasado y
por el futuro de tus nietos. Eras orgulloso, sí. Pero te sentías solo. Vivías
entre el humo de tus puros en tus paseos, recordando viejas aventuras.
Esta noche me
gustaría escuchar otra de tus historias. Quizás aquella vez que curaste una
úlcera con un banquete y una borrachera. O aquella vez que dispararon a tu
coche en marcha. Y pensar que pudiste vivirlas todas. Decían que eras un
milagro médico, quizás hasta un milagro histórico. ¿Cómo pudiste salir ileso de
tales situaciones? Quizás sólo fuiste un tipo con suerte. Sobre todo con la
suerte de contar con una familia que compartía tu ánimo impulsivo, tu forma de
querer y tu carácter inquieto. No es un cóctel fácil de digerir, pero sí
inolvidable.
Y quizás
incluso ahora estés ayudando del modo que ninguno sabía. Quizás ahora sepamos
que no hay forma de vivir entre gritos. Quizás es momento de abrir los puños y
dar abrazos. Una lágrima no vale nada, si se puede salvar con una sonrisa
después, ¿no es cierto? Supongo que no. Una sonrisa no arregla nada sin un
perdón. Y eso no se adquiere de forma simple. Uno olvida a veces lo fácil que
es perderse, y lo difícil que es encontrarse de nuevo.