jueves, 26 de diciembre de 2013

Mito del corazón

Nos dijeron que el corazón tiene forma de pica invertida,
que palpita, risueño,
al ritmo de la música tenue
de un valle verde.

Nos dijeron que es de tacto aterciopelado,
suave y delicado.
Que con su voz melosa acaricia la primavera.
Que templa los bosques de encinas,
suavizando sus hojas,
acariciando las cortezas
con el calor de su centro.

Nos dijeron que sueña despierto.
Que es tan hermoso como un atardecer en el desierto;
y frágil como el cristal blanquecino
de una copa de champagne.

Pero amigos, el corazón es un puño apretado
cubierto de venas
y vasos morados,
arterias que se retuercen y ramifican
como espinas
que se multiplican
y se extienden por el cuerpo
como el agua sobre el suelo,
como el polvo, con el viento.

No palpita risueño,
bombea con fuego,
extendiendo la sangre
a golpes de furia,
a golpes constantes,
como siguiendo los pasos de un baile incesante,
acompasado,
incluso acelerado,
de dos por dos.

No es el icono rojizo del amor adolescente
ni la musa de los versos melancólicos
de un poeta renaciente.
Es la lucha,
la vida,
un grito más fuerte
un reloj incandescente
que nunca se detiene.
Un guerrero que no cede
ante el peso del pecho, de plomo,
ni ante una tormenta de espadas,
de noche, de truenos, de odio.

Es una gaviota
que alza el vuelo
con el ala rota.
Que se yergue, descompuesta,
sanando sus heridas
para doblar la apuesta.

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