jueves, 14 de febrero de 2013

Humo

Hoy mi corazón tiene forma de puño apretado. Bombea despacio, como reservándose el aliento por si mis pies se disparan en una carrera sin rumbo. Las paredes parecen latir al mismo ritmo lento, insistente.   Me miran con sus inquisitivos ojos de yeso.

Pero no, aún no tengo respuesta. Es cierto, el humo aparece cuando el fuego se ha extinguido. Se eleva sobre las cenizas, y éstas se arremolinan en torbellinos, hasta que el campo que formaron queda convertido en motas de polvo, y los pétalos de rosa en los globos pinchados de una fiesta de cumpleaños. Pero, una vez, aquello supo a cereza, y su aroma envolvía mi piel, cargando las sábanas de un aroma tan empalagoso como el algodón de azúcar. ¿Y si perdí el olfato, de tanto pensar? Puede que solo necesite un pañuelo con que limpiarme la cara para volver a ver el campo que antes cubría este páramo. Puede que este humo sea también de cereza, puede que no pueda disfrutarlo por un resfriado transitorio.

Pero también es posible que sólo quede carbón.

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